Entrevista a Bàrbara Mesquida.Una de las mejores enólogas de la isla,realiza viticultura ecológica y biodinámicaJ. SERRA
«A veces el vino me hace llorar», dice en un momento dado y yo esbozo un gesto escéptico al que responde: «¡Sí, esto es una pasión, así que me enfado, me angustio, y de vez en cuando, por fin, algo sale muy bien y me llevo una alegría enorme!». Lo creo: buena comunicadora, Mesquida transmite entusiasmo por lo suyo, un trabajo en el que te juegas doce meses de esfuerzo en un cosecha.
Pregunta.- Hay pocos apellidos en esta isla que se vinculen tan claramente al vino y a la vid como el suyo.
Respuesta.- Cierto. Tengo a mis espaldas más de sesenta años de historia y sin ellos mi propia trayectoria habría sido muy diferente. Estoy condicionada por el hecho de ser la cuarta generación de una familia viticultora y bodeguera. Mi bisabuelo empezó en 1945, un año particularmente complicado visto desde el contexto histórico, vendiendo vinos a granel...
- ¡Nada que ver, pues, con los vinos que hace su bisnieta!
- Es verdad y sin embargo no deja de haber similitudes entre nosotros. En origen, mi bisabuelo tenía viñas mezcladas con albaricoqueros y por lo tanto un campo de gran biodiversidad que requería dos cosechas; pero cuando se cansó de recibir un precio que consideraba injusto por cada racimo, tomó la decisión de hacer vino. Pues bien, fíjese: mi proyecto también nace de pensar qué tenemos (la tierra) y qué podemos hacer con ello, y aspira fundamentalmente a la biodiversidad y al equilibrio del ecosistema. Yo estoy introduciendo otra vez árboles frutales, que se ayudan mucho con la viña, porque sospecho que el monocultivo es una tendencia suicida. Como ve, de algún modo estoy volviendo a la situación inicial de mi abuelo, y encima tomé mi decisión en 2012, es decir, en el año más agudo de una crisis histórica, como él. Eso sí, ciertamente el tipo de vino ha cambiado por completo, pero es un cambio que empezó antes de que yo llegara: mi padre y mi madre ya apostaron por el vino de calidad en un momento en el que casi nadie lo hacía en Mallorca. Fuimos la primera familia que introdujo variedades foráneas en esta tierra, de manera que ahora esas viñas tienen treinta y cinco años, una gran ventaja para mí y todo un patrimonio. Pero es curioso, porque ahora en cambio, ¡el consumidor pide variedades autóctonas! La clave es no acabar con el cabernet (por poner un ejemplo), sólo porque durante unos años no está de moda, y sostener la biodiversidad de tus cultivos.
- Ya que se ha referido al papel de la crisis en el nacimiento de Mesquida Mora, ¿la idea de entender la crisis como una oportunidad le parece válida o es un engaño?
- La oportunidad no está tanto en las crisis como en los cambios. Por otra parte, mi experiencia no sé si es extrapolable: yo no creo en la casualidad sino en la causalidad, y lo cierto es que cuando era niña siempre decía que de mayor quería tener una bodega pequeña. Pues bien, si con Jaume Mesquida podíamos hacer 225.000 botellas anuales, con Mesquida Mora nos quedamos bastante por debajo de la mitad de esa cifra. Por lo tanto, una crisis tanto económica como familiar me ha dado la oportunidad de lograr un objetivo de toda la vida.
- Cuando lanza usted Mesquida Mora, en 2013, los primeros vinos responden a los nombres Trispol y Sòtil: ¿es una forma deliberada de decir que ha fundado su propia casa?
- No exactamente. Lo que ocurrió fue que en 2012, un desencuentro familiar nos llevó a tomar una determinación, poniendo punto final a la historia de Jaume Mesquida, y a empezar junto a mi hermano con el proyecto Mesquida Mora, que tiene una visión diferente y pretende poner en valor el apellido materno, Mora, que es la familia propietaria de las tierras. En esos primeros momentos, decidimos hacer dos vinos negros que fueran muy opuestos y que por lo tanto exigían nombres antagónicos y complementarios. Estábamos volviendo a comenzar y cuando uno empieza sólo necesita dos cosas: un suelo y un techo. Trispol es un vino mineral, terrestre, que representa la estructura; Sòtil es más volátil, floral, ligero... Esa es la verdadera historia detrás de nuestros primeros vinos.
- Tiene usted la costumbre de cuidar la relación de su bodega y sus vinos con lo artístico y literario...
- Es algo que se relaciona con mi formación como filóloga y sobre todo con mis propias pasiones e inquietudes. En la escala en la que yo me muevo, el vino no es tanto un negocio como una forma de vida, y se hace muy difícil distinguir lo profesional de lo personal.
- Lo sé, pero me pregunto si, además, es útil desde el punto de vista de la estrategia empresarial.
- No es algo tangible en la cuenta de resultados, pero probablemente ayude a diferenciar el producto. Pero insisto: yo lo hago por convicción propia. Por responsabilidad.
- Mesquida Mora apuesta por la llamada agricultura biodinámica. ¿Por qué?
- Porque creo en el cambio de conciencia que implica. En el origen de este tipo de cultivo está la antroposofía, una línea de pensamiento filosófico desarrollada por Rudolf Steiner. Este autor ofrece una serie de conferencias en Austria, en 1914, ante unos agricultores preocupados porque la industria química desarrollada por la guerra se está aplicando en el campo, aumentando la cantidad pero empeorando la calidad. Y con graves consecuencias en lo espiritual. La agricultura biodinámica pretende conseguir unas tierras sanas y saludables, y unas plantas equilibradas que den un fruto energéticamente enriquecedor. Para ello, hay que entender la agricultura como un acto creativo y de acompañamiento de la naturaleza. En fin, esto se concreta en prácticas que son más o menos las usuales en cualquier cultivo, pero sometidas a un guión diferente relacionado, entre otras cosas, con las fases de la luna.
- Mesquida Mora lleva realizadas cuatro cosechas, tiempo suficiente para hacer una valoración...
- No, no, en el mundo del vino cuatro años no son suficientes para casi nada, desde luego tampoco para una valoración mínimamente seria. Ahora mismo, esta bodega es, si no un recién nacido, al menos un niño que empieza a caminar.
- ¿Qué momento atraviesa el vino mallorquín?
- Hace veinte años, era muy típico calificar a los vinos mallorquines de malos y caros. Ese segundo prejuicio está costando eliminarlo, pero lo otro ya no existe: la gente conoce y aprecia el vino de elaboración isleña y ello se debe a que ahora somos muchos los que nos dedicamos al sector. El aumento de bodegas vino propiciado por las ayudas europeas a las mejoras de instalaciones existentes o puesta en marcha de nuevas, y los años de bonanza económica que llevaron a algunos a diversificar sus negocios. Hay una generación, la mía, que tiene entre treinta y cuarenta años y una formación muy sólida, que está cambiando la cara del campo mallorquín.
- Una pregunta sobre un debate que para el sector ya es recurrente y seguramente dan por superado, pero que a mí no deja de interesarme: ¿tener dos Denominaciones de Origen en una isla pequeña y con un nombre conocido como Mallorca es una buena idea?
- Es que yo tengo la impresión de que el mismo modelo de las denominaciones de origen españolas está obsoleto, porque casi nunca reflejan el concepto de tierra, de manera de hacer. Por eso, una bodega como Artadi ha abandonado hace poco la D.O. La Rioja. En este sentido, una D.O. en Mallorca, como la calificación existente Vi de la Terra de Mallorca que yo uso, podría considerarse un poco totum revolutum. En todo caso, yo soy más marquista, quiero decir: me interesan más las bodegas, sus formas de hacer, sus ideologías. Las D.O. no me aportan una información tan relevante.
- ¿Hay una relación fluida entre el mundo del vino mallorquín y la gran industria turística?
- Tenemos un escenario excelente que probablemente se podría aprovechar mejor, si nos entendemos con quienes pueden ponernos en las cartas. Lo interesante es que ahora hay tantos tipos de vino hecho en Mallorca como turistas que nos visitan: hacemos vino para quien visita Magaluf y para quien se aloja en un cinco estrellas superior. Y luego, permítame un tópico que encierra una verdad: los agricultores, no sólo los viticultores, somos los jardineros de esta isla. En cuanto al llamado enoturismo, queda mucho por hacer, teniendo en cuenta que podría jugar un papel importante en la famosa desestacionalización. Nosotros organizamos visitas a la bodega, por ejemplo. Son grupos pequeños y yo siempre estoy presente para explicar cuáles son los pilares de nuestro trabajo.
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