Si hay algo que no puede faltar en toda velada navideña, además del turrón y los adornos, es el vino. Este brebaje reconvertido en arte es algo más que un simple acompañante. El vino es uno de los grandes placeres de nuestra gastronomía y también de la gastronomía internacional. Los restaurantes han dejado de servir una sola carta con los distintos platos para sumar una segunda que incluye una amplia gama de vinos.
Las propiedades del vino estimulan nuestros sentidos y nos permiten optimizar tanto la experiencia de beber como la comida. Más aún en fechas tan destacadas como la Navidad, cuando aumentan las celebraciones y tanto la comida como el trato directo con nuestros seres cercanos se tornan protagonistas.
Para que el vino se transforme en un factor clave positivo de la cena debemos cuidar la relación con el cliente, aconsejarle a tomar una decisión satisfactoria. El maridaje perfecto. Aquí intervienen detalles como los gustos del propio consumidor y la comida que haya escogido.
Los vinos pueden ramificarse en función de muchos factores. La distinción más habitual se hace entre el vino tinto, rosado y blanco. Dentro de cada uno todavía se pueden subdividir en función de su añada, procedencia, etc.
De alguna manera, la ciencia que estudia el vino coincide en los distintos usos que se hace de este producto durante la hora de la comida o cena. Al fin y al cabo, las propiedadesde cada uno son diversas entre sí y se acoplan en mayor o menor medida a los diferentes momentos del día, etapas de la comida o alimentos a ingerir.
Vino tinto
Generalmente servidos a una temperatura que comprenda entre los 16 y los 18 grados con el fin de que preserve sus matices y no pierda la esencia de los aromas. Los tintos más jóvenes se sirven un poco más fríos –entre 12 y 15 grados- y las grandes añadas pueden alcanzar los 20. Hay que tener en cuenta además que la temperatura aumentará progresivamente a medida que avance la comida.
Especialmente apropiado cuando la carne nos ocupa la etiqueta de plato principal. Comidas contundentes, en general, que a su vez variarán el tipo de vino tinto. Aquellos alimentos más pesados precisarán de los vinos con más cuerpo. Éstos es, de copa lenta, opacos y cuasi masticables, de alta densidad.
Vino blanco
Estos vinos se sirven más frescos, a una temperatura que varía, por lo general, entre los 6 y los 10 grados. Como en el caso anterior, dependiendo del vino blanco también se modificará levemente la temperatura ideal del mismo. Los vinos blancos más dulces se aconseja servirlos en torno a 6 grados para resaltar su carácter frutal. Por otra parte, los blancos con crianza se sirven mejor entre los 10 y los 12 grados para evitar que pierdan aroma.
El vino blanco es el complemento ideal para acompañar a los pescados. Una elección de vinos ligeros y frescos para pescados blancos y otra de vinos con más cuerpo que encajan para saborear junto con pescados azules y mariscos.
Vino rosado
El vino rosado es probablemente el más desconocido. Poco dado a aparecer en escena durante reuniones o celebraciones. Sin embargo, se trata de un vino muy característico y a tener en cuenta. Estos vinos desprender aromas muy intensos contoques frutales y, en menor medida, florales. Es un vino fresco que se sirve a temperaturas similares a las del vino blanco. Una apuesta acertada para acompañar pescados ocarnes blancas fáciles de digerir.
Propiedades
Por descotado queda el cuidado que la hostelería debe dotar a sus vinos. Tanto a nivel de selección como de almacenaje. Este último aspecto incidirá directamente en las propiedades del vino –como la temperatura- y, por ende, en su calidad final.
El descorchado, la manera de servirlo o la copa que se utiliza son otros de los factores que influirán en el resultado final y que no hay que descuidar. El vino se ha convertido una máximapara el cliente. Un elemento mediante el cual los distintos comensales disfrutarán de la misma manera. Una forma de maximizar la experiencia gastronómica. El vino es la clave.
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