jueves, 11 de febrero de 2016

Rioja se pone las pilas.

La primera pregunta que habría que hacerse sobre la respuesta de los operadores del vino de Rioja a la demanda por parte de algunas bodegas, prescriptores (casi todos) y consumidores (ahí está el manifiesto del Club Matador promovido por Telmo Rodríguez) de un nuevo sistema de calificación y diferenciación de vinos es si va en serio.
Todo parece indicar que sí: las asociaciones sectoriales más pequeñas (Bodegas Familiares, ABRA, Araex), incluso algunas organizaciones agrarias como Asaja o la UAGA alavesa, han llevado al Consejo Regulador propuestas y la última en hacerlo, tal y como informábamos este fin de semana en Diario LA RIOJA, ha sido el Grupo Rioja, la organización ‘dominante’ a cuyo ‘no’, con casi un 80% de los votos, no hay un ‘sí’.
La conclusión, a mi juicio, es que el Grupo Rioja, donde conviven muy diferentes sensibilidades y modelos de negocio, ha puesto sobre la mesa un buen documento de trabajo que parte de un desarrollo del vino de finca, o de paraje, con un nivel de exigencia de calidad (edad de viñedos, control de herbicidas, significativas menores rendimientos de uva y vino, aptitud de suelos…) que parece acorde al fin pretendido. Las grandes y medianas bodegas tiene, sin embargo, menor convicción, aunque sin cerrojazo, con los vinos de pueblo y comarca que otras asociaciones más pequeñas consideran adecuados, pero, al menos, existe un punto de partida tangible.

Si hay una denominación de origen en España que se caracteriza por la diversidad de vinos (‘La tierra de los mil vinos’) es Rioja. Un factor diferencial, por tanto, que hasta ahora no había interesado desarrollar con un apoyo expreso legislativo, quizás porque no ha hecho falta, pero que, ante el claro escenario de liberalización del viñedo y la cada vez mayor presión globalizadora de los mercados, parece oportuno pensar que no puede esperar más.
Aunque no se reconozca por parte del Consejo Regulador, el portazo de Artadi ha sido un catalizador fundamental para despertar una realidad, la identidad de los terruños, que hasta ahora sólo algunas bodegas explotaban con sus recursos propios, con su marca, pero, en cualquier caso, tampoco se nos puede ir la olla porque está por ver cómo reaccionarán los consumidores en el momento definitivo: al rascarse el bolsillo. Es decir, no todos los Riojas podrán ser vino de paraje y, cuidado, porque el éxito de Rioja (que no es otro que mantener el reparto social del viñedo) se basa precisamente en la convivencia de diferentes tipos de negocio.
Me gusta, como recuerda la UAGA en su propuesta, que se tenga en cuenta que todavía el 54% de las uvas las vendimian viticultores que no elaboran y, por lo tanto, en este nuevo modelo piramidal también deberían tener cabida. Pero cuando decía que tampoco se nos puede ir la olla con el tema, me refiero a que pretender renunciar a la histórica concepción del vino de mezcla en Rioja, de coupages, incluso ‘corrección’ de parámetros por mucho que el cambio climático permita ahora otras cosas, sería un error. Como también lo sería renunciar a las menciones tradicionales (crianza, reserva y gran reserva), sino que, al tiempo que se trabaja en los vinos más locales, las organizaciones del Consejo deberían también plantearse por qué en ocasiones se pueden encontrar reservas en grandes superficies a precios incluso por debajo de lo que cuesta el propio vino en origen (depósitos) acreditado como ‘reserva’.
Personalmente pienso que no es bueno que se haya ido Artadi, que tampoco son buenos los movimientos, que existen, de bodegas alavesas para estudiar una DDOO propia, pero creo que sí que es positivo que Rioja haya decidido abrir la ‘caja los truenos’ y avanzar en la diferenciación de los vinos.

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